
El culto de la Divina Misericordia consiste en dar testimonio en la propia vida del espíritu de confianza en Dios y de misericordia hacia el prójimo.
Jesús enseñó a santa Faustina la Coronilla de la Misericordia y pidió que la propagase por el mundo; gracias a Dios, se propagó; es una fuente de gracias y de misericordia, especialmente para los moribundos.
El culto a la Misericordia de Dios se afirmó plenamente con el papa San Juan Pablo II quien en la encíclica Dives in Misericordia de 1980 exaltó la Misericordia de Dios y el 7 de junio de 1997 afirmó: “Doy gracias a la Divina Providencia porque me ha permitido contribuir personalmente al cumplimiento de la voluntad de Cristo mediante la institución de la Fiesta de la Divina Misericordia”.