La Cruzada del Santo Rosario por la Paz es uno de los principales apostolados de la Corporación Santa María de la Paz. Nació en Medellín el 12 de junio de 1999, día del Inmaculado Corazón

«Maestro de la amistad espiritual. Su esposa y él convinieron en decantarse por la suma entrega de sus vidas a Dios. Este prelado recibió la estima y admiración de santos como Ambrosio, Agustín y Francisco de Sales»
Meropio Poncio Anicio Paulino, aclamado patricio romano que se abrazó formalmente al cristianismo y alcanzó la gloria de Bernini, fue muy estimado por santos de la talla de Ambrosio y Agustín, que fueron sus amigos, como también de san Jerónimo con el que mantuvo correspondencia. San Francisco de Sales admiró de él su exquisita educación y amabilidad. Nació en Burdeos, Francia, el año 353. Su padre, prefecto en Aquitania, encomendó su formación a su amigo el poeta Ausonio, profesor de la universidad de la ciudad. Luego Paulino completó estudios en Milán.
Con un importante bagaje intelectual que incluía filosofía, derecho, física, poesía, etc., el año 378, apenas rebasados los 20 años, edad en la que ya poseía cuantiosos bienes, ingresó en la carrera política como senador del Imperio romano. Fue gobernador de la Campania donde se veneraba a san Félix, punto de referencia importante en su vida. Oraba en el santuario dedicado al santo percibiendo un íntimo destello, desconocido hasta entonces, que iba empujándole hacia Dios: «A las puertas de aquella iglesia —dirá más tarde—sentí que mi alma se volvía hacia la fe y que una luz nueva abría mi corazón al amor de Cristo». Pero aún no había resonado con fuerza en él la llamada a una entrega decisiva. Después viajó a Barcelona donde conoció a una cristiana, Teresa, con la que se casó. Ella influyó en su fe, y el año 389 recibió el bautismo de manos del obispo san Delfín.
Hasta ese momento Dios no había ocupado expresamente su corazón; quedaba oscurecido entre otra multitud de intereses. Dos años más tarde, nació el único vástago del matrimonio, Celso, un niño que sobrevivió ocho días. El trágico episodio, lejos de infundir en Paulino la desesperación, lo encaminó a una entrega definitiva a Dios. En su corazón latía la certeza de que ese ser de su carne y de su sangre, que tan raudo había volado al cielo, arrebataría esas gracias que juzgaba convenían a su otrora vida impenitente: «Largo tiempo lo habíamos deseado; pero se apresuró a partir a las moradas celestes. En otro tiempo fui pecador; tal vez esta pequeña gota de mi sangre sea mi luz».
En la misa de Navidad del año 393 los fieles le aclamaron unánimemente: «¡Paulino, sacerdote!», pidiendo al obispo de Barcelona que lo ordenase. Y de común acuerdo con su esposa, ambos determinaron llevar una especie de vida monástica que incluía la perfecta continencia. Era una decisión meditada, orada, pero incomprendida y sorprendente para muchas personas. Ante las murmuraciones de rigor el santo respondía con serenidad, dejando claro a quién sometía su conducta: «Mi afán es librarme de mis pecados… Me basta ser aprobado por Cristo».